A esos vinos que nos siguen emocionando

Convocamos e invocamos a la Emoción un año más. En esta edición del 2017, la séptima, ochenta fueron los viticultores colleiteiros que nos llevaron más allá… donde, entre tragos y palabras, aparece la Emoción. Tragos y conversaciones que van más allá del mercadeo, de los estudios de marketing, de los gabinetes de comunicación, de las notas de prensa prefabricadas… Viños espidos, como cita en sus etiquetas Miguel Araujo, uno de los viticultores que presentaron su proyecto de vinos y de vida en el claustro del Monasterio de Celanova, villa de poetas elegida este año para celebrar el encuentro con la Emoción de los Vinos.

Vinos desnudos de toda parafernalia que nos aleje de la esencia del vino, de su alma, y de su conexión con la tierra, de su latido. Así de simple, también así de comprometido. Viticultores que asumen el compromiso de un cultivo y de una vinificación respetuosa con la tierra y con nosotros los consumidores, ser los encargados de la transmisión directa del terroir de cada parcela y territorio con su expresión más verdadera, y la sinceridad de contárnoslo tal cual es.

Siete ediciones descorchando y bebiendo botellas que siguen manteniendo el espíritu del vino: estimular, hidratar, prevenir dolencias, transformar el fruto en una bebida sagrada, mostrar, conservar y defender las tierras que los forjan… emocionar

Ediciones entre piedras y devotos que fueron acogiendo a los protagonistas de la revolución del vino en Galicia, los que llevaron el vino gallego a una altura soñada desde la que podemos intuir un origen del que nos habían alejado y divisar un futuro de vinos cada vez más auténticos. Con Portugal siempre en nuestra Emoción, un ADN común que los vaivenes de la historia no pudieron amputar. Los vinos isleños que pusieron en el mapa de las copas que emocionan a la diversa viticultura canaria, atlántica de alisios y volcanes. Docenas de viticultores de todos los recunchos de la viticultura ibérica, de grandes y pomposas zonas o de territorios olvidados, de uvas perdidas, de paisajes inhóspitos, de patrimonios vitivinícolas ahora recuperados para nuestras copas.

Si tuvimos el privilegio de contar desde el principio con la presencia de los forjadores de la grandeza del vino gallego, un vino no acomplejado y por ello no prefabricado sino orgulloso de su identidad, también tenemos la satisfacción de haber dado presencia a proyectos desconocidos, o con dificultades para ser visualizados, que con el tiempo se han convertido en auténticas referencias del mundo vino. Y seguiremos sacando al escenario a los que están empezando y lo hacen con los mimbres de la Emoción.

El vino forma parte de nuestra vida, en una búsqueda que fue dejando atrás todo lo accesorio: la pomposidad relamida, la publicidad vacía, los escenarios prefabricados, las cofradías, los institutos, las puntuaciones, las medallas… limpios, naturales, sin más pretensiones que tragos que emocionen.