La Ribera del Duero, la emoción comienza en la viña

Para disfrutar de un Ribera del Duero solo se necesita una buena copa, todo lo demás ya lo pone él, el Vino. Pero como la mayoría de las cosas agradables de la vida, se disfrutan más cuanto más se conocen y la mejor manera de llegar al entendimiento es a través del conocimiento. Todos los vinos tienen cuatro factores determinantes que marcan la diferencia. El factor humano, para nosotros es el más irrelevante, todos somos susceptibles de mejorar y en nuestro caso claramente sustituibles. Otro, el varietal o varietales, aun teniendo carácter propio no es suficiente, aburren los vinos en el que el varietal lo es todo. Pero la parte emotiva de los varietales es su dependencia de los otros dos factores. Estos son claramente determinantes y exclusivos, suelo y clima. Esto es lo taxativo y lo que realmente marca la diferencia en todos los vinos, ya que es lo único que habla de territorio. Y esos dos factores atesoran celosamente la emoción, que se la transmiten paulatinamente y año a año a la vid y ésta a su fruto. Después, las personas, cuando tengan que manipular todo este empeño de la naturaleza, deberían de ser muy respetuosos, para que sea el fruto de la viña el que se exprese de verdad; así pues consideramos que el buen hacer no está en que el vino se parezca a un determinado enólogo, tonelería, laboratorio farmacéutico o bodega. Todo lo contrario, se trata de que muestre la vida diaria de la viña. 

Nosotros, como casi todo aquel que ha visitado la R.D., siempre hemos visto los viñedos desde el coche, “a carón” de carretera o en el entorno de la bodega. Pero para abundar más en el conocimiento, por lo tanto del disfrute y buscando los dos factores determinantes, hemos recurrido a vehículos todo terreno para llevarnos por caminos rurales, hemos echado pie a tierra y pateado esas numerosas viñas viejas de más de 70 años, diseminadas por todo el territorio y ocultas a la vista del gran público. En estas viñas se produce el milagro de la D.O.  Algunas pasan de los 100 años, con cepas vetustas que dosifican su esfuerzo para producir unas uvas únicas, que si el bodeguero lo permite, harán un vino diferente en el que los matices son exclusivos, los procedentes de un suelo, clima y una planta que lleva más de 70 años ensayándolo y ya sabe lo que debe hacer. Los buenos bodegueros saben que ahora se trata de evitar que la cálida madera de las barricas y fudres o el frío acero de los tanques o el sosiego de los huevos de hormigón, echen a perder el resultado fruto del mimo y conocimiento que atesoran las uvas procedentes del saber de los ancianos, de décadas de adaptación, de unas condiciones únicas edáficas y climáticas. Si esto se cumple, la botella no solo será el recipiente de un buen vino,  atesorará también un paisaje vitícola único.

Estos longevos viñedos, han sido plantados casi en su totalidad en vaso griego. En aquellas ya remotas épocas, la mecanización era mínima y la experiencia máxima, determinaban que el mejor fruto, no el más rentable, no era otro que aquel en el que cada planta generaba un microclima idóneo para el cuidado de su bien más preciado, la uva. Y para competir con sus vecinas deberían producir las uvas más aromáticas, dulces y menos amargas para encandilar a los pájaros y así poder esparcir su genética; esa es su obsesión, luego nosotros aprovechamos ese esfuerzo y vendimiamos cuando la planta dice: ahora.

Entre las singularidades de estos vidueños  está su composición varietal, no sujetos a los corsés impuestos en la actualidad por los organismos de control, ni bajo los estrictos criterios de rendimiento. En estas viñas viejas, se plantaban numerosas variedades de forma masal con castas adaptadas al entorno y que los años ya habían demostrado su eficacia para garantizar uvas de calidad. Y el mejor momento y manera de ver, oler, palpar y degustar las uvas de estas cepas y viñas, es in situ y en época de vendimia, cuándo todos miran al cielo. A pesar de disponer actualmente de constante información climática con altísima fiabilidad, la pregunta sigue siendo la misma que hace siglos: ¿sabes si lloverá mañana? En las viñas del entorno de las matas de pinos, quejigos, enebros y sabinas, los campos cubiertos de quitameriendas, que como su nombre indican informan que se acaba el verano, pudimos apreciar los diferentes clones de tinta fina y disfrutamos como estorninos probando in situ tempranillos, albillos, pirulés, garnachas, viuras, cariñenas, etc. Cada uno de estos viñedos, aun compartiendo un mismo majuelo, tiene identidad propia por la composición del suelo, su orientación y variedades plantadas y replantadas por los viticultores que las han ido cuidado generación tras generación. Muchas de ellas plantadas por los bisabuelos de los actuales propietarios.

Estos viveros siguen siendo los motores de la RD, de ahí, como surgiendo del pasado en tiempos actuales, donde los mercados demandan vinos blancos y rosados, vuelven estas viejas viñas a ser generosas y dar una lección más, y las que hagan falta. De aquí proceden los clones de las Albillos Mayor, hasta dónde alcanzamos no está emparentada con la Albillo Real o con la Albilla de Ribadavia, que tanta expectación y aceptación están teniendo entre los consumidores ávidos de lo novedoso. Ingenuidad, es lo viejo, lo que hasta hace poco se tildaba de rancio, en favor de variedades foráneas, lo que hoy está de moda. Y que los bodegueros empiezan a entender e interpretar, respetando esta uva, adaptada seguramente desde hace milenios a su territorio y que tanto ella como los vinos que producen huelen al entorno de dónde nace y crece. Es una maravillosa esponja, no se puede ser más fiel; notas de romero, jara, enebro, aladierno, pino piñonero, etc., y un elegante amargoso final, con una sensación terrosa, casi tánica, que les confiere una personalidad única. Esta soy yo, y soy mesetaria, y al que no le guste que beba otros vinos, pero no me pidas que cambie, yo soy así, como mi tierra. Este es el mensaje más honrado que puede transmitir una uva y un vino.

Las marras, plantas muertas, son difícilmente repuestas con éxito ya que la competencia por el suelo es grande y aunque los recursos de supervivencia están a cierta profundidad, el sustento básico se encuentra en el horizonte del laboreo donde comienza el enraizamiento, y las raíces de las cepas colindantes compiten ferozmente por esos nutrientes y ahogan la nueva planta. Si bien este contratiempo se puede solucionar creando una trinchera provisional hasta que las raíces de la nueva planta alcancen el segundo y tercer horizonte, esta costosa repoblación además  conlleva una ligera merma en la identidad de la viña ya que se estaría diluyendo con plantas y frutos jóvenes. Una vez más la naturaleza nos está enseñando qué es lo que quiere producir esa viña. Los viticultores y bodegueros conscientes del valor de lo que tienen, la escuchan y no se empecinan en hacer el vino que ellos quieren, es mejor saber interpretar qué vino se puede obtener de esa viña.

Recorrimos la Ribera de naciente a poniente, según discurre el río Duero que le da el nombre.  Éste se intuía en la lontananza, con su cadencioso y sinuoso discurrir, pero no a la vista de estas viñas que lo esquivan. Agradecen su presencia como regulador térmico pero evitan la cercanía tanto de sus aguas, como las de sus afluentes y numerosos arroyos.

Visitamos viñedos emblemáticos plantados hace más de 70 años en los oteros y laderas donde se produce la uva de mayor calidad. Nos movimos entre altitudes de 800m a 1000m donde la frescura de la altitud se transfiere a la uva y ésta al vino. Pateamos más de 25 viñas míticas, como La Diva de la que procede el vino al que Tim Atkin le otorga 98 puntos; o el “lieu-dit” El Terral, de donde, entre otros, proceden uvas del aclamado Pingus. Con el alba nos desayunamos un Pesus del 2014 en el majuelo El Bercial cuyas uvas se destinan a este vino. Llenamos las botas de arcillas, arenas y guijarrillos. Palpamos y olimos suelos calcáreos, barrientos, arcillosos y arenosos. Todas estas viñas, plantadas muchos años antes de la reglamentación de la D.O., eran auténticos viveros llenos de diversidad y personalidad única. Vimos corzos, conejos y sus destrozos, nos sobrevolaron águilas y, tras las lluvias nocturnas, entre las cepas se apreciaban nítidamente las huellas de un solitario lobo. Después de vivir todas estas sensaciones hemos probado los vinos de cada una de estas viñas y en sus pequeños o grandes matices las botellas no encerraban ningún mensaje, tan solo mostraban el paisaje del que procedían. No se le puede pedir más  a un vino.

Nuestro más sincero reconocimiento a todos los que han hecho posible este encuentro con los orígenes que provoca la emoción de los vinos de la D.O. Ribera del Duero, comenzando por Enrique Pascual, su Presidente, su Director General, Miguel Sanz, el Director Técnico de experimentación y ensayo Alberto Tobes (el mejor coordinador y “sherpa” posible) y todos los técnicos de campo y bodega, así como sus propietarios que nos han permitido recorrer sus viñas, degustar sus uvas y emocionarnos con los vinos fruto de ellas.

Bodegas Dominio de Es (San Esteban de Gormaz – Soria). Finca La Solana – Finca La Mata – Finca La Diva

Bodegas El Lagar de Isilla (La Vid – Burgos). Paraje Peñalobos – Paraje Valdelacueva

Bodegas y Viñedos Áster (Anguix – Burgos). Finca El Otero

Bodegas Altos del Terral (Roa – Burgos). San Cristóbal

Bodegas Hermanos Sastre (La Horra – Burgos). El Bercial – Pago Santa Cruz

Bodegas Pago de Los Capellanes (Pedrosa de Duero – Burgos). El Nogal – El Picón

Bodegas Hermanos Pérez Páscuas (Pedrosa de Duero – Burgos). Viña de Valtarreña – La Navilla

Bodegas Vizcarra (Mambrilla de Castrejón – Burgos) – Finca Inés – Torralvo

Dominio del Águila (La Aguilera – Burgos). Canta La Perdiz

Sei Solo Bodegas y Viñedos (Roa – Burgos). El Alto del Nogal – Acos – La Espalda – Barroso

Bodegas Lagar de Proventus (Padilla de Duero (Valladolid). Anguix

Bodegas Dehesa de los Canónigos (Pesquera de Duero Valladolid). Majuelo El Abuelo

Bodega Pago de Carraovejas (Peñafiel – Valladolid). Cuesta de Las Liebres

 

*Artículo realizado por Luis y Alejandro Paadín