Reflexiones de una bodeguera en los tiempos del Covid

Era principios de Febrero cuando se desarrolló la Barcelona Wine Week y, en ese momento, ninguno sospechábamos que sería la última gran feria de 2020. 

En aquella época, se hablaba del COVID-19 como una extraña gripe que estaba causando estragos en algunas zonas de China y, si bien parecía peligrosa, la veíamos muy lejana.

Fue a mitad de feria cuando nos enteramos de que algunas empresas habían decidido no asistir a la Mobile World Congress, y no dejábamos de sorprendernos ¿Cómo era posible que se llegase a cancelar un congreso de esa envergadura si nosotros estábamos asistiendo a uno similar en ese mismo lugar? Lo cierto es que, aunque algunos compañeros empezaron a sentir miedo, la mayoría lo achacábamos a la gran cantidad de firmas chinas que participarían y a su reticencia a moverse y propagar el virus, por lo que no nos preocupamos en exceso.

Difícilmente nos podíamos imaginar que pasarían meses hasta que pudiésemos viajar y juntarnos de nuevo, y que aquella enfermedad que veíamos tan lejana, nos iba a afectar de un modo tan global.

Las pandemias, aunque poco frecuentes, son bien conocidas en nuestro planeta. Gripes, viruela, pestes y más recientemente el VIH, han afectado de forma global a la humanidad a través de los siglos y, si bien el fenómeno no es nuevo, la gran capacidad de expansión de este nuevo virus, y la rapidez con la que se ha extendido, nos ha pillado desprevenidos.

Las razones para la gran cantidad de contagios y su extensión son varias. En parte por la gran capacidad y facilidad de contagio del COVID-19 pero, también en parte, debido al mundo globalizado en el que nos movemos. 

En la actualidad, una persona puede recorrer el globo en pocas horas, y propagar enfermedades con gran rapidez. Y a pesar de que esto supone un riesgo, también ha sido la salvación para muchas bodegas que, como la nuestra, han encontrado en la exportación un ligero alivio al parón de ventas que registramos en España.

Se hablaba recientemente del aumento en el consumo de vino registrado durante la pandemia. Es cierto que los números así lo indican, pero también lo es que el gasto en vino ha bajado. Es decir, la gente bebe más, pero bebe más barato.

Para ponernos en situación. Las bodegas podemos dividirnos en dos tipos según nuestro punto de venta: aquellas que venden en alimentación (supermercados, grandes superficies,…) y las que vendemos a pequeñas tiendas y a hostelería. Obviamente, los precios cambian sustancialmente debido a varios factores, como el mayor coste de explotación del viñedo, el esfuerzo en la elaboración, la crianza de los vinos en bodega,… Los colleiteiros y las pequeñas y medianas bodegas, no somos competitivos para vender en lineales, y nos orientamos a establecimientos más especializados que entienden y saben apreciar y explicar nuestro trabajo. Y si esta pandemia ha afectado a alguien, ha sido a ellos.

La hostelería ha sido uno de los sectores más atacados en estos meses. Los cierres, tanto parciales como en muchos casos totales, han sido devastadores y la recuperación será larga y difícil.

Por otro las tiendas especializadas, en muchos casos, han seguido abiertas. Pero su radio de acción es relativamente pequeño, y por ello muchas bodegas se han volcado en la venta online para intentar sobrevivir estos largos meses en los que la facturación ha sufrido tremendamente.

Y no podemos olvidarnos de nuestros distribuidores. Son la pieza intermedia entrE las bodegas y el punto de venta, y en circunstancias como ésta, han tenido que reinventarse y sus ventas se han reducido a pequeñas cantidades destinadas directamente al cliente final.

Y con todo este panorama llegamos a vendimia.

Muchos compañeros se han encontrado con las bodegas llenas de vino, y una nueva cosecha que recoger. En la mayoría de los casos y, salvo raras excepciones como la de Rías Baixas donde las ventas se han visto menos afectadas, los bodegueros han tenido que tomar la difícil decisión de disminuir su producción o arriesgarse a elaborar el mismo volumen que otros años y confiar en que a partir de primavera los locales vuelvan a estar abiertos y el consumidor animado.

Es una especie de acto de fé y sólo el tiempo dirá cuál era la opción más adecuada.

Si algo nos ha enseñado el 2020, es que nuestra vida puede cambiar radicalmente de la noche a la mañana. No sé si a vosotros os pasa, pero cuando veo una película, no puedo evitar contraerme si dos personas se abrazan, o si están en una gran reunión a puerta cerrada y sin mascarilla. Es increíble cómo, en pocos meses que parecen décadas, nos hemos acostumbrado e esta “realidad”.

Es cierto que este virus nos ha afectado como nunca imaginamos y que aún quedan semanas, incluso meses para poder volver a algún tipo de normalidad. Pero también lo es que llegará un momento en el que consigamos controlar sus efectos y que, como decimos los gallegos, “nunca choveu que non escampara”. No sé qué será lo primero que haréis vosotros entonces, pero tengo bien claro que yo visitaré alguna de mis tabernas favoritas, comeré, beberé vino y disfrutaré como antes, como nunca, de la compañía de mis amigos.